Finalmente llegamos a uno de los bastiones más complejos que nos toca enfrentar a la hora de transformarnos en padres: Los juicios. Estos son evaluaciones que se realizan sobre una persona, situación o relación, determinando su calidad en función de ideas absolutas sobre lo correcto o incorrecto.
Y si bien toda la vida hemos tenido que enfrentarnos a ellas, tanto desde el escrutinio público como desde el propio juez que habita en nuestra cabeza, una vez que nos transformamos en padres estas energías nos resienten en lo profundo, dificultando a la vez el camino de despertar a la propia vía de la crianza.
Y es que apenas con unos meses de gestación los padres reciben un sinfín de directrices sobre lo que deberían (y no) hacer con sus hijos para convertirlos en seres de bien, entregándoles un cúmulo de recetas con el compromiso de seguirlas para ser aceptados por el clan, asentando la inseguridad en las propias capacidades y el instinto de esos padres. Comenzando a la vez una suerte de monitoreo y cuestionamiento constante de quienes se vinculan con esa familia, quienes estarán dispuestos a intervenir en todo cuanto les parezca mal.
Lo que sin duda esconde una suerte de responsabilidad social de la tribu respecto al bienestar de los más pequeños, por lo que su interés y atención podemos interpretarla como un deseo altruista. Sin embargo, la forma en que ese llamado es conducido por muchos no es positivo para la constitución del ser de esa familia en armonía, y nos urge tomar consciencia de ello para no mantenerlas como referentes ni reproducirlas.
No podemos olvidar que esta energía de los juicios nos disocia de nuestras propias verdades, nos condiciona a ser consecuentes con las exigencias del entorno, desconectándonos de nosotros mismos para resonar con aquello que es aceptado y validado por los demás. Nos limitan en lo más profundo pues niega por principio nuestra libertad, nos despoja de la brújula interna ya que asimilamos que sin la orientación del exterior fallaremos. Llenándonos de miedo.
Los Juicios en la Crianza
Nos engañamos creyendo que existe una forma absoluta para acompañar el desarrollo de nuestros hijos, pues la crianza en sí misma es la expresión de la diversidad y la transformación constante. Cada familia, en cada instante, va floreciendo a una manera específica de Ser. La que resuena íntimamente con quienes son cada uno de sus integrantes en ese momento de su desarrollo.
Es un entramado que se teje en el aquí y el ahora, dónde para que cada puntada sea armoniosa cada integrante debe ser reconocido, respetado y amado incondicionalmente en su auténtico ser.
Pero los juicios nos despojan esa sincronía, nos hacen creer que hay una manera correcta de Ser, y por tanto debemos aspirar a reproducir ese modelo. Perdiendo así el espacio para que cada miembro de la familia florezca, forzando a que cada uno baile al son del rol que se le ha asignado desde la proyección sociocultural. Despojados de libertad, anulando la perfección de sus capacidades y volviéndolos presos de un ritmo que no les pertenece.
Así las familias enferman, adolecen. Cada integrante resiente a su manera, desde la autocensura o la rebelión, nos sobreadaptamos para mantenernos, aspirando ser aceptados y reconocidos de alguna manera por el clan. Nos perdemos siguiendo un papel que no nos corresponde, desconfiando de nuestra propia luz.
Al tomar consciencia de ello, es posible entender que desde la vía de los juicios es imposible asentar el amor incondicional, tanto hacia nosotros en nuestro ejercicio como padres, como también imprimiendo ese sello en la crianza de nuestros hijos.
Emergiendo desde ahí un llamado a transformar este escenario, para afianzar una oleada de relaciones más empáticas y aceptantes. Dónde nos acompañemos desde una mirada benevolente, comprensiva, compleja y auténticamente altruista.
Sin duda, esta invitación será un ejercicio constante por un largo tiempo, ya que debemos descodificar muchos aprendizajes naturalizados. Rompiendo las miradas absolutas, soltando la rigidez de la verdad objetiva para abrazar la vida y sus matices.
Cual espiral desde dentro hacia afuera, hemos de hacernos cargo del juez interno que nos evalúa y censura, y que señala con el dedo a quienes se relacionan con nosotros. Transmutando esa energía al amor incondicional, la empatía hacia nosotros y los otros, y la aceptación plena de la existencia.
La única forma de comenzar el cambio es partir. ¡Iniciemos esta ola de transformación!
María Lucía Lecaros Easton
Periodista, Licenciada en Comunicación Social
Postítulo en Género y Desarrollo
Asesora Experta en Acompañamiento a la
Maternidad Consciente y Crianza Respetuosa
Asesora de Lactancia EDULACTA
Doula y Terapeuta Holística