Soltar la idea de control es sin duda uno de los aprendizajes más intensos que nos entrega el camino de la crianza consciente, basta con que una nueva vida nos elija como padres para que los muros de esta falsa creencia comiencen a debilitarse. Y es que son tantas las incertidumbres que se plantean desde el primer día que mantener firme la convicción de que podemos controlar algo es toda una odisea.
¿Cuándo quedaré embarazada? ¿Logrará nacer vivo? ¿Pasaremos de la semana X embarazados? ¿Estará sano? ¿Sobrevivirá? Poco a poco nos vamos dando cuenta que este regalo de vida que se nos ha abierto es libre en su energía, que tiene propio ritmo y que nosotros solo podemos aspirar a acompañar y nutrir.
Y esto es solo el comienzo, pues cual bola de nieve a cada instante en que estos pequeños maestros van expandiéndose, vamos perdiendo el control en otras esferas: el tiempo, la disposición de recursos, la demanda del propio cuerpo, los ritmos de sueño y alimentación, las labores y responsabilidades, la seguridad, la salud, las relaciones y entorno social, etc.
La vida misma comienza a presentarse como un abrumador caos dónde muchas veces podemos sentir que nuestro impacto es insuficiente, sobreviniendo la sensación de fracaso, inhabilidad, estrés, insatisfacción y un cúmulo de otros estados emocionales que se volverán más fuertes en la medida que la idea de control esté más arraigada en nosotros. Dado que la principal molestia surge por constatar que finalmente nunca tuvimos el control de nada, solo era una ilusión que nos restaba importantes dosis de energía al desgastarnos por no descuidar flancos que pudieran hacer peligrar nuestros objetivos.
Nos enojamos. No estamos consiguiendo lo que planeamos, las cosas no están siguiendo el guión diseñado y ya no puedo continuar con el ritmo que tenía mi vida antes de ser padres. Se tensionan nuestros roles al identificar como culpable de esta consciencia el haber devenido a madre o padre, al responsabilizar del caos a esa pequeña criatura que tenemos en los brazos, comenzamos a sentir una carga en la crianza porque ya no podemos disponer ni siquiera de nosotros mismos.
Soltar el Control desde el Amor
Y en este punto sólo el amor incondicional nos salva, pues nos permite tomar perspectiva aceptando este torrente emocional de frustración sin buscar responsabilizar a nadie de mi insatisfacción. Sintiendo simplemente. Para luego más en calma volvernos a nuestros hijos y ver cómo ellos nos han brindado un gran regalo: sacarnos las anteojeras que sostenían la idea del control, la convicción de que podemos manejar todo en función de nuestros objetivos y que si las cosas no resultan como queríamos es que algo hicimos mal.
Nuestros maestros nos enseñan que si no somos capaces de manejar la vida, nada está realmente bajo nuestro control -en el sentido estricto del concepto- la vida misma tiene un ritmo en el que debemos aprender a fluir, sin abandonarnos a su cauce en la pasividad, ni pretendiendo ser dueños de su curso. Sino que se trata de buscar un equilibrio entre la acción y la reacción, alejándonos de la linealidad, permitiéndonos abrazar la tensión innata y abriéndonos a los nuevos caminos que vaya abriendo nuestro transitar.
Es una lección maestra que nos obliga a habitar nuestro presente, a mirar la vida desde el agradecimiento y a soltar las culpas y pesos que no nos pertenecen.
María Lucía Lecaros Easton
Periodista, Licenciada en Comunicación Social
Postítulo en Género y Desarrollo
Asesora Experta en Acompañamiento a la
Maternidad Consciente y Crianza Respetuosa
Asesora de Lactancia EDULACTA
Doula y Terapeuta Holística